Varias veces en mi vida he estado en peligros de muerte. He aquí algunas de esas veces.
Una vez, después de la jornada del colegio, cuando tenía seis años, iba corriendo detrás de unos niños con los cuales me iba para tomar el bus. Era la última y las más pequeña del grupo. El bus estaba parado en la luz roja. Todos los niños subieron al bus excepto yo. La luz cambió a verde, el bus partió sin mí y mientras pasaba todo esto otro bus venía a toda velocidad directo a mí. De repente, una mano me agarró del delantal por la espalda y me sacó del medio de lo que podrían haber sido los últimos segundos de mi vida. El brazo que me sacó de ahí era de un vecino muy querido, el Señor Lagos, quien estaba en el lugar correcto en el tiempo perfecto.
La otra experiencia que quiero compartir, es cuando mis hermanos, primos y yo íbamos cruzando un puente del ferrocarril. Debajo del puente pasaba un río y habían muchas rocas. Mientras que caminaba por el riel de la línea me resbalé a través de los durmientes y quedé colgando en una viga atravesada debajo del puente. Hasta ahora, no tengo consciencia de haber visto la viga, pero mis brazos quedaron colgando en esta. Mientras colgaba sentía a mis hermanas llorar porque no me veían y pensaban que había caído al río. Pero, mi primo Carlos Alberto, que estaba en el lugar correcto y en el tiempo perfecto, me vio y estiró su brazo a través de los durmientes y me subió, salvando mi vida.
No es un accidente, suerte o casualidad que estás personas estuvieran allí en el tiempo y lugar correcto. Dios, que conoce cuando una de sus millares de aves cae del cielo, y nos considera más valiosos que una de ellas, estaba ahí, guardando y preservando mi vida.
El doce de Octubre de 1987, Dios nuevamente estiró Su brazo de amor para salvarme. Esta vez fue para rescatarme de la perdición eterna, ofreciéndome Su brazo de salvación, ofreciéndome Su gracia y misericordia para el perdón de mis pecados y la dádiva de vida eterna, para que pueda vivir por Él, en Él y a través de Él. Nunca olvidaré aquel día que confié mi vida al brazo de Dios, mi Jesús.
Algún día, en el momento y lugar perfecto, nuevamente estirará Su brazo de amor para llevarme a casa, al hogar celestial, y allí vivir por siempre con Él.
Dios ha sido bueno, misericordioso y fiel con mi vida y ha estirado Su brazo de amor para salvarme, preservarme, guardarme, proveerme, consolarme, animarme, amarme, a lo largo de estos largos años.
Es por eso que no puedo dejar de hablar de Él!
No comments:
Post a Comment